En la primera parte habíamos tratado algo muy importante, la madurez humana se entrelaza a la Gracia de Dios, para que se vaya realizando en nosotros su Proyecto de Amor en cada uno, como dice la palabra refiriéndose a Jesús “Iba creciendo en gracia y sabiduría”.

Somos hijos de Dios, nos dio esa identidad de hijos. Todo el trayecto de la sanación nos lleva a poder decir ABBÁ.

Nos creó con un alma capaz de depositarse en otro, de confiarse, pensemos en cómo nacemos y dependemos, en la relación de un bebé con su madre. En este vínculo, que se empieza a forjar en el deseo o durante el embarazo y que marcará la matriz de relaciones. El Padre no hizo con anhelos de amor y sed de compartir. Dándonos a conocer cómo Él, se expresa, se da, quiere ser recibido y quiere que nos abramos al don de ser en relación, ser familia.

La confianza se aprende en la relación y la relación precisa confianza, al ser heridos por alguna vivencia traumática, esa primera confianza se torna en desconfianza hacia Dios/la vida/los demás y cuando no hay confianza, que nos da seguridad, lo más dañado es la capacidad de amor. La desconfianza mide, controla, sopesa, culpa, se queja, eso no viene del Amor viene del que “acusa día y noche” Ap 12, 10. Hay que discernir, hay que renunciar a lo que nos roba la paz, la esperanza, la alegría de Dios.

Tomo unas palabras de Ronald A. Knox

¿Qué queremos decir cuando llamamos a Dios “Padre”?

Dios nos ama personalmente. Ese es el secreto de la paternidad; en el íntimo santuario de la existencia interpersonal, en el corazón de esa luz a la que nadie puede acercarse está Aquel que nos ama, uno por uno, como si no contase con otros hijos a quienes amar, allí hay una llama encendida exclusivamente en cada uno de nosotros.”

Dios Amor, nos invita a permanecer en Su Amor, Dios Sabiduría dispone todo para el Bien, pero cuando las heridas nos gobiernan y seducen, la fe en esa identidad de hijos flaquea, y cuando esto se da depositamos en Él -que es el único que merece la confianza plena y ciega-, dudas, temores e inseguridades. Como somos personas en relación en algún otro vamos a depositar nuestra fe y confianza, porque así estamos hechos, si ya no la ponemos en Dios, la ponemos en otros que revestimos con un poder. “¡Despreciaste a la Roca que te engendró, y olvidaste al Dios que te dio a luz!” Deut 32, 18.

Las heridas perturban la relación con Dios porque atribuye la injusticia al Justo, no al desamor, o a la fragilidad humana, o a la vida en su acontecer, así se enmascara la relación con la verdad. A esto lo llamo heridas psicoespirituales de filiación. Jesús convierte sus heridas en la fuente principal de curación y nos enseña a dejar de poner el dolor como centro para aceptar la compañía de nuestra fragilidad en el camino de la vida, “poniendo los ojos en Él despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús” Heb 12 1.2

Para ilustrar lo que ocurre cuando rige la herida, tomo los versículos de Jeremías 15,10.16-21“¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste!” Renegar de la vida por lo que ocurre “acuérdate de mí, y visítame… sabes que por amor de ti sufro afrenta.” Lo que sufrimos lo vivimos como injusto y nos hace lamentar el existir “¿Por qué fue perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada no admitió curación? Vemos lo doloroso como eterno “¿Serás para mí como cosa ilusoria, como aguas que no son estables?” Dudamos de Dios

Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás… porque Yo estoy contigo para guardarte y para defenderte”.

En ese rincón vulnerado Dios derrama las gracias que manifiestan su Presencia.

Jer 18, 4-5 “El alfarero estaba haciendo una vasija de barro, pero se le dañó, así que empezó de nuevo con el mismo barro e hizo otra vasija que le quedó tal como quería… ¿es que no puedo yo hacer contigo lo mismo que hizo el alfarero con el barro?”

Nosotros tenemos que dar una respuesta.

LAS HERIDAS, son el lugar de encuentro con ese poder, ellas como compañeras de camino vienen a enseñarnos algo. No huir de nuestro camino, nos hace despertar a una verdad importante, que es que en nuestra vida todo es semilla, todo tiene una función santificadora.

Jesús niño nos muestra el camino, el de ser pequeños, confiados, veraces, simples.  Nos vamos sanando al conocer a Dios, sabiéndolo nuestro Abbá (=papito querido), al escucharlo y obedecerle “Había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre…  que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades… Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.” Lc 6, 17- 19. De esa fuerza tenemos ansias… Esa fuerza sanante, es acepar su deleite por nosotros, somos el deseo de Dios, nacimos como hijos del Amor y fuimos concebidos por Amor más allá de las condiciones humanas en que se produjo nuestra concepción, nacimiento o crianza. El Amor es previo.

El profeta Habacuc dice “El Señor es mi fortaleza; Él ha hecho mis pies como las ciervas, y por las alturas me hace andar” 3,19. Estos pies de cierva son los pies transformados en el camino de la aceptación confiada.

El creyente vive en una tensión entre la propia oscuridad y luz, la fe nos lleva a creer en la victoria de Dios y a vivir que Dios vence, pero eso no significa que no llevamos una marca de amor que nos atraviesa como cruz, aquí hay una pedagogía del Amor crucificado.

El sendero que nos abre a la gracia es el de la Oración, el Perdón, los Sacramentos, el Discernimiento

La sanación nos envía a salir de nosotros, a la tierra del otro, a dar lo que se nos dio… “Tu fruto procede de Mí” Os 14, 8

Ojalá cada vez que recemos Padre nuestro intercedamos por los que no se saben hijos de Dios.

Hasta aquí el resumen de la primera oradora del Taller. Lic María Alejandra Quirici. MP 15342. E-mail: mariaquirici@yahoo.com

A continuación, ponemos a disposición el Taller Espacio de Sanación, grabado en la fecha del evento, y donde está la exposición del segundo orador, P. Juan Carlos Gil.

Espacio de Sanacion, Parte I

Espacio de Sanacion, Parte II