El año santo extraordinario de la misericordia, año importantísimo ha subrayado el meollo del cristianismo.

¡Queda tantísimo, tantísimo! Recojamos pues acto seguido unos pocos frutos del mismo.

1. Ante el fanatismo religioso el año de la misericordia ha recordado que Dios es amor. Dios Padre es amor. Dios es infinitamente misericordioso. La moral católica únicamente es amor, caridad. Cualquier otra concepción sería desviarse de la verdad católica, errar, equivocarse. Cuando vemos a la Iglesia proponernos un nuevo mártir católico, nos propone a alguien que ha respondido al mal con el bien, al odio con el amor misericordioso, como la pacífica y dulce flor que al pisarla, abraza. No hay mayor amor que la donación martirial.

2. Ante el secularismo ha recordado que Dios Hijo se ha encarnado. Se ha sumergido todo entero en la historia humana y en la sociedad. Ha convivido con los hombres. Se ha interesado por ellos. Ha sufrido con ellos. Más aún, siendo verdadero y perfecto Dios, verdadero y perfecto hombre, ha muerto por los hombres. Cristo crucificado, mártir por excelencia, es el más elocuente rostro del Padre, perfecta transparencia de su infinita misericordia. Del corazón de Cristo ha nacido la Sagrada Eucaristía. Cristo resucitado, aunque ha ascendido al cielo y se ha sentado a la diestra del Padre, sigue también aquí abajo. Cristo, real y vivo, continúa acompañándonos providencialmente, ocupándose amorosamente de nuestras vidas. Permanece junto a nosotros en la Sagrada Forma. Sigue realizando su labor salvadora a través de los santos sacramentos administrados por la santa madre Iglesia. En particular, y de modo muy especial, vertiendo su amor misericordioso en el sacramento de la confesión. En este santo sacramento es Dios mismo quién perdona a quién antes estaba en pecado mortal. Entonces se produce un milagro moral: tal penitente es dado a luz, nace de nuevo, recibe un nuevo ser, una nueva existencia, una nueva vida. Ante sacramento tan maravilloso el Papa Francisco nos ha recordado grandes iconos de infatigables y abnegados confesores maternales, misericordiosos, verdaderos instrumentos de este parto sobrenatural: Pío de Pietrelcina, Leopoldo Mandic y el cura de Ars.

3. Ante el consumismo materialista ha recordado que lo importante no es el dinero, nuestras “cosas”, etc., sino las “personas”. Siendo amados infinitamente por Cristo, verdadero y perfecto Dios, la vida sólo puede ser algo relativo al buen Jesús, simbolizable por un trazo o un vector que nos une o conecta a Él. Toda la vida es eso: un corazón, una “Persona”, un “Amor”. Toda la vida es “ser para” esta “persona”, Él, el “Amor”. Vivir “para” amar. Todo es esto: amor a Dios. Amor a Dios que lleva al amor a los demás. El año santo ha procurado una mirada más humana, más amorosa para con las personas enfermas y para con las necesitadas, etc. (cf. Mt 25). Se trata de amar a los demás como los ha amado Cristo, amarles como los ha amado la bellísima Madre y Reina de Misericordia.

4. Ante el hedonismo ha recordado la belleza del amor, la hermosura de la entrega generosa a los demás. El mundo, surcado por las olas del placer y salpicado por tanto barro, ha quedado con la boca abierta ante un ejemplo tan abnegado como el de santa Teresa de Calcuta. Una mujer que ha sido a la vez minúscula y gigantesca: pequeña de estatura, pero preciosa de alma. De alma tan linda que ha maravillado al mundo entero. Mujer que ha servido con tal grandeza de alma y generosidad a los pobres y enfermos que todos la admiran. El universo no sale de su asombro ante esta religiosa que hacía todo esto porque estaba muy enamorada de su divino esposo, el buen Jesús. Decía: ¡lo hacemos por Jesús!

5. Ante el relativismo se ha recordado constantemente el mensaje esencial al que la conciencia humana, el corazón del hombre, sigue siendo sensible. Esto es: el amor, la bondad, hacer el bien y evitar el mal. Se trata de hacer de eco de la voz de Dios que se oye en lo más íntimo del alma. De este modo el alma se dispone mejor a poderse abrir a la existencia de la verdad, verdad que está determinada por la realidad, por el ser de las cosas.

El año santo extraordinario de la misericordia, año importantísimo que ha subrayado el meollo del cristianismo, deja además en el alma un gran agradecimiento y afecto al Papa Francisco, el cual tanto bien nos ha hecho al regalarnos un año tan providencial.

Por: Dr. José Mª Montiu de Nuix, sacerdote, Misionero de la Misericordia durante el año jubilar.